Los mapas de la memoria (The Maps of Memory) by Marjorie Agosin

Los mapas de la memoria (The Maps of Memory) by Marjorie Agosin

autor:Marjorie Agosin
La lengua: spa
Format: epub
editor: Atheneum/Caitlyn Dlouhy Books
publicado: 2022-11-15T00:00:00+00:00


No es una casita sino una bicicleta blanca. Tiene delicadas flores rosadas en los radios y largas hebras de follaje que envuelven la base del asiento de la bici y se retuercen por el árbol al que está encadenada. Colgando del travesaño con cintas delgadas hay un hada pequeña de pelo lila que lleva una falda de tul blanco. También hay un rosario de marfil sobre el manubrio. La cruz cuelga justo encima de la llanta delantera, y hay mariquitas de juguete acurrucadas aquí y allá que miran a quienquiera esté mirando la bicicleta. En el manubrio también hay una foto laminada de una mujer hermosa, y en la parte inferior dice: “María José Pizarro, 20, fue asesinada por un conductor irresponsable que la golpeó mientras iba en bicicleta a casa”. El contraste entre el hada fantasiosa, la blancura de la bicicleta, las mariquitas caprichosas y la palabra “asesinada” es impactante, y de hecho doy un paso atrás.

Mamá me está mirando y me dice:

—A mí me pasa lo mismo cada vez que veo esta animita. Los mensajes contrastantes son traumáticos.

Pasamos varios minutos arreglando las flores en la animita y pensando en María José aunque ninguno de nosotros la conocía. Probablemente ya soy demasiado mayor para querer tomarle la mano a mamá, pero lo hago de todos modos. Me inclino hacia ella y le susurro:

—Me alegro tanto que estés aquí, mamá.

Es un milagro que lograra escaparse; ella estuvo a punto de ser asesinada. ¿Dónde habríamos construido una animita si se hubiera muerto en el océano? Ella simplemente se habría desvanecido como todas las demás personas desaparecidas que nunca regresaron. Y yo siempre me habría preguntado dónde estaba, al igual que me pregunto ahora dónde está Lucila. Papá se acerca a nosotras y los tres nos abrazamos. Creo que todos estamos pensando lo mismo. Caminamos a casa tomados de la mano y me doy cuenta de que ya no me siento enfadada con mis padres por haberme mandado a Maine. Creo que el tiempo y la paciencia curan todas las heridas. La abuela Frida, como siempre, tenía razón.



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